La raposa, para burlarse de la cigüeña, había preparado sopa y la sirvió en un plato muy llano por lo que la cigüeña, con su largo pico, no pudo probar ni un sorbo. La zorra, en cambio, lo lamió todo con su larga lengua.
Para darle una lección, la cigüeña invitó a cenar a la zorra.
– "Encantada, mañana iré a su casa" –dijo sonriendo maliciosamente la zorra.
Al día siguiente, la raposa, como había prometido y sin sospechar nada, corrió a casa de la cigüeña. Cuando se acercaba, comenzó a oler la deliciosa cena y la boca se le hacía agua. La cigüeña había preparado una apetitosa carne partida en finos pedazos y, con el hambre que tenía, la zorra no paraba de relamerse.
Pero la cigüeña sirvió la cena en una copa muy delgada y muy alta por la cual entraba sin problemas su pico, pero no cabía el hocico de la zorra que no alcanzó a probar ni un solo bocado por más que lo intentaba.
Así, doña zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas, apretando su cola y con la lección aprendida.
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Aunque originalmente el autor de esta fábula fue Esopo, y también hay una versión de Samaniego, esta sería una
adaptación de la versión que reescribió Jean de la Fontaine.
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