Unos años más tarde el campesino decició que ya era hora de devolverla a la montaña y que volara como las águilas, así que la puso sobre su brazo y le dijo:
– "¡Águila, ya que eres un águila, abre tus alas y vuela!".
El águila siguió posada sobre su brazo mirando distraídamente a su alrededor. Cuando vio las gallinas abajo, escarbando el suelo, saltó otra vez con ellas y se puso a escarbar.
El campesino no se dio por vencido. Al día siguiente subió con el águila a la azotea de la casa para volver a intentarlo. La volvió a poner sobre su brazo y mientras lo movía arriba y abajo le susurró:
– "¡Águila, ya que eres un águila, abre tus alas y vuela!".
Pero cuando el águila vio abajo las gallinas, escarbando en el suelo, aleteó y se fue de nuevo junto a ellas.
Entonces decidió probar por última vez. Al día siguiente, se levantó muy temprano. Cogió el águila y subió con ella a lo alto de una montaña. Volvió a ponerla sobre su brazo mirando hacia la ladera de la montaña y mientras lo movía arriba y abajo le dijo:
– "¡Águila, ya que eres un águila abre tus alas y vuela!".
El águila miro a su alrededor. Sentía que algo nuevo estaba pasando y, al no ver a las gallinas, abrió sus potentes alas, lanzó el típico kau-kau de las águilas, comenzó a aletear con fuerza y se marchó volando como las águilas.
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Adaptación de un cuento tradicional africano
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